martes, 22 de octubre de 2013

El legado Cambó


Jean-Baptiste Pater, El otoño, öleo sobre lienzo, 65x53'8cm, 1725.


El legado Cambó. Una herencia testamentaria.
Johanna Caplliure
Barcelona, 2009.

En una ocasión el poeta francés René Char hizo uso de una expresión que más tarde Hannah Arendt recogió para hacerla suya, tanto para englobar un tipo de filosofía que pertenecía a una  tradición oculta, “subterránea”, ya que sus protagonistas excedían los márgenes definitorios de la tradición imperante (Walter Benjamin, Jaspers, Isak Dinesen,…); como también -y según la premisa anterior- para definir su propio pensamiento en un tiempo de oscuridad.
La cita en cuestión es la famosa  Notre héritage n’est précédé d’aucun testament.[1] La falta de testamento sobre la herencia, la falta de instrucciones para comprender la tradición y la historia, en el caso de Francesc Cambó y su colección pictórica se hace imposible aun partiendo de un tiempo oscuro. Con esto quiero decir que el proyecto de colección siempre estuvo en la agenda de Cambó como tarea preeminente. De hecho, esta herencia es testada en vida, continuamente, por su autor. Cambó deja clara su voluntad
para con su colección en sus  Meditacions bajo la siguiente actitud y deseo: “omplir buits del Museo del Prado i formar una pinacoteca a Barcelona que servís de llaç d’unió entre les col.leccions de romànic i gòtic ja existents, i les d’art modern, que eren fàcils de formar“.[2]
La dedicación de Cambó por hacer de su colección patrimonio público consigue su objetivo en la actualidad con la exhibición permanente de sus obras en el MNAC (Museu Nacional d’Art de Catalunya). De Rubens a Cranach, “el viejo”, de los Carracci a Tiziano, Tintoretto y los Tiepolo, de El Greco a Zurbarán y Goya o Gainsborough, Fragonard y De la Tour; las obras intentan completar cierto déficit que el político catalán, amante del Museo del Prado, observaba en los fondos de éste: escuelas italianas (florentina y veneciana especialmente), escuela flamenca, pinturas alemanas y algunos autores españoles. Una racional, pragmática pero, ¡espectacular colección!
Aun siendo un proyecto de colección prolijo y completo nuestra mirada no puede abandonar la especial contemplación de dos obras que además son coincidentes con las favoritas de Cambó: “Algun quadro tinc de més alta qualitat intrínseca que aquests, peró no en posseeixo cap- i dubte que en el món ni hi hagi d’altres- que donin tant goig, tanta alegria en contemplar-los!”.[3] Me refiero a las dos piezas del italiano Giandomenico Tiepolo: El Minué y  El Charlatán (1756).
Si nos dejamos seducir por la sutileza y elegancia de estas dos pinturas no es por el imperante capricho de fruición que nos podría albergar como sugería Cambó, sino porque de estas dos piezas emerge un espíritu controvertido sólo comparable con el “ tempo del Carnaval”- tema que engloba estas creaciones como otras telas y frescos del artista veneciano. Lo que nos muestra Tiepolo es el aparato de la risa popular como forma de subvertir el poder mediante la fuerza contagiosa del carnaval. “El carnaval mediante su instrumental crítico y social lo que nos propone es una disidencia de la cultura oficial”.[4] Sin embargo, la risa de sus obras es sorda. En sus obras los personajes todavía no se han rendido a la fuerza del Carnaval, todavía están aprendiendo a llevar la máscara de la grosería para poder hablar y comportarse desde otro lugar. La risa silenciosa de  El Minué o de  El Charlatán es envuelta en la sensualidad de la  sotto voce. Por lo tanto, el mensaje de crítica a la sociedad es velado por la composición y estilo pictórico del artista.
Aunque las situaciones en las que se ubican ambas estampas son espacios públicos: la plaza o los  giardini venecianos, el lugar desde el que nos interpelan los personajes es el de los protagonistas de la  Commedia dell’Arte.
1Primeramente,  El Minué nos traslada a una danza coqueta y de paso “menu”, aquella típica de la sociedad cortesana en la que la fórmula del trío en movimiento de repetición era la figura principal de la coreografía. El cortejo parece la lógica de esta danza que en la pintura tiene como protagonistas a una cortesana Colombina ataviada con su traje a rombos (o retales en la original Colombina que es una criada), un joven  innamorato vestido à la mode con antifaz y, casi de espaldas al espectador, el “mercader” Pantalone con sus atributos: ropaje en rojo, capa negra y larga barba. Igual que la  Commedia dell’Arte lleva al extremo los enredos amorosos, el Minué pintado por Tiepolo nos desenmascara los juegos de seducción entre los miembros de las altas clases sociales que encuentran en este momento de divertimento el lugar en el que transgredir la evocación de las relaciones de poder entre ellos mismos.


Giamdomenico Tiepolo, El Minué, óleo sobre tela, 1756.
Por otra parte,  El charlatán también se sumerge en la práctica evanescente del carnaval. En este caso aunque el protagonista parece ser el charlatán que da nombre al título de la obra: el feriante embaucador que intenta engañar al pueblo con su retórica, no podemos dejar de lado la microescena de seducción que se desarrolla en la parte derecha de la tela. De nuevo, como si de los protagonistas de una comedia se tratasen, una dama -una  Innamorata- es cortejada por un personaje difícil de categorizar por su atuendo. El gesto de la dama es confuso: no se intuye bien si rechaza a un menos zafio galán o si por el contrario en un desdén provocado deja que éste le tome la mano. El cuadro se cierra con una multitud disfrazada en su mayoría con máscaras bauta y con otra aun más pequeña escena, pero turbadora, en la que un joven con una vestimenta cercana al Puncinella toma posesión de algún alimento u objeto que una anciana le ofrece de rodillas.


Giamdomenico Tiepolo, El Charlatán, óleo sobre tela, 1756.
Por último, sólo nos gustaría volver sobre el charlatán que como “protagonista” de la tela nos trae al recuerdo la obra de un autor coetáneo a Tiepolo, y que creemos con cierta cercanía o sensibilidad temática – ya que es un genio mordaz de la burla y crítica social aunque de haceres muy divergentes, hago alusión a William Hogarth con su  The Polling o Soliciting votes.
William Hogarth, The Polling, óleo sobre tela, 1754  
William Hogarth, Soliciting votes, óleo sobre tela, 1754

Con todo esto, podríamos dilucidar que, al situarse este tipo de piezas en la colección Cambó, somos beneficiarios de una artefacto útil para ver más allá del artificio de la obra, para ver la crítica social a nuestra cultura -punto primero en un legado con miras reales en sus herederos.



[1] Citado en Arendt, H., Entre el pasado y el futuro. Barcelona, Península, 1996, p. 9
[2] Col.lecció Cambó, Catálogo de la exposición en Madrid y Barcelona: Madrid, Museo del Prado y Barcelona, Museu d’Art de Catalunya, 1991, p. 51
[3] 3 Íbid. 57
[4] Bajtin, M., La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento. El contexto de François Rabelais, Madrid, Alianza, 2002, p. 246.





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