Ordenança Cívica de Barcelona versus Espacios Terapéuticos
Durante el año 2008-2009 en mi estancia en Barcelona pude participar en las reuniones del grupo de pensamiento Espai en Blanc. El tema principal de investigación del grupo en ese año era el análisis de la sociedad terapéutica y todo lo que conlleva. En mi caso me centré junto a otros compañeros en el estudio de los espacios terapéuticos de dicha sociedad y para ello nos imbuimos en la lectura de la Ordenança Cívica de Barcelona.
Algunas de las ideas a las que llegué a través del trabajo colectivo y la lectura de la Ordenança pueden ser leídas a continuación:
"
El
consenso cívico de la Ordenança conlleva
la falsedad regulada de la democracia y por ende una “extraña” convivencia -no
común-, lejos de la necesidad de comunidad.
Los
espacios de la sociedad terapéutica se articulan en función de una regulación y
administración por parte del Estado bajo ordenanzas y leyes que superan los
límites de la mera gestión para articularse como posible infracción. Y por
consiguiente, castigo por el uso incívico de estos espacios.
Pero
¿a qué llamamos exactamente incívico? ¿Qué es la ciudadanía “irresponsable”?
Primeramente
y de manera intuitiva, entendemos como incívico aquello que se sitúa fuera de
lo cívico. El civismo o lo cívico se corresponde como una forma de respeto por
la convivencia pública. Las instituciones protegen
estas formas de convivencia bajo ordenanzas y leyes. Por lo tanto, el ciudadano
irresponsable es el que no sigue estas leyes de convivencia.
La ordenanza se instala en la vida como un ejercicio
de autorregulación. Otra vez la vida queda gestionada y regulada por las
relaciones de poder del Imperio y son los casos estipulados como “incívicos” o
“ ciudadanía irresponsable” en los que las conductas y los hábitos quedan
sancionados.
No
obstante, nos preguntamos si estas miras a una comunidad segura, libre y
contemplativa – pensando en los tres bienes jurídicos que sobrevuelan la
Ordenança Cívica de Barcelona- son realmente una apuesta por lo común, por lo
que nos une.
Lo
que nos une en este caso es una vida expropiada de sí misma que confunde la
interiorización de lo común en un desapego de lo que se comparte en la communis: el riesgo a salirse de uno
mismo, salir al afuera, compartir con
el otro.
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Los
espacios se configuran a partir de los lugares de acción. La acción construye
estos espacios que depende de esta misma para definirse como “activados” y
“desactivados” según la ontología de la ambivalencia. Los espacios “activados”
son los potencialmente subversivos: aquellos que hacen de la acción que
circunscribe al espacio y su función una irrupción en la normalización impuesta
o una transgresión de las leyes que se corresponde con sus usos. Por otra
parte, los espacios “desactivados” son aquellos que en primera estancia quedan
al margen de la acción política, han sido totalmente despolitizados, han sido
destruidos para lo común, pero que justo por ello pueden virar en “activos”
mediante la acción.
En
general los espacios de acción son desactivados de toda potencia activa para la
comunidad. El agente desactivador (“el desactiva espacios”) que impera en los
espacios es la neutralización directa por la fuerza dominante de la inmunidad
que genera los hábitos o leyes que se engloban en el civismo. La acción
política es estancada. El comportamiento comunitario es exonerado por la
privatización de la conducta y de las experiencias. Los espacios cívicos
inmunizan la vida que ya ha sido expropiada. La aleja de todo riesgo de efectos
y de su responsabilidad con la comunidad.
¿Cómo
se activa los espacios?
Los
espacios se activan bajo la acción consciente de destitución de la
configuración. Es decir, mediante la activación política. La imposición, la
privatización de la experiencia, la interiorización de la acción, la higienización
de la conducta; todas son muestras de la desactivación que deben ser hechas
añicos. La exposición, el salir afuera con
el otro, el communitas son la única reformulación para la activación."
Johanna
Caplliure
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